Familia dividida*

La historia migratoria de Leticia, estudiante de historia de la Universidad de Guadalajara, se entremezcla con la de su madre, mujer de clase media, divorciada, con hijos a los cuales mantener y sin más recursos que su esfuerzo, sus brazos y la posibilidad de emigrar.

A partir del divorcio, la inestabilidad familiar fue una constante. En cuatro años Leticia pasó por veinte casas diferentes. Finalmente llegó la decisión de emigrar y la madre partió hacia Laredo. Luego se impuso la opción de vivir juntos pero la migración familiar se hizo difícil y se optó por una solución intermedia, mientras la madre vivía y trabajaba en Laredo, los hijos estudiaban en el otro lado, en Nuevo Laredo.

La vida de estudiante transcurrió entre la frontera y diferentes ciudades del país. Y para sobrevivir todo es bueno, desde juntar comida de deshecho hasta buscar raíces en el cerro. Luego incursiona en diferentes trabajos, como vender libros, aguas frescas, tamales o limpiar casas.

Cuando pesó más la necesidad del dinero que los prejuicios clasemedieros, la madre se dedicó a la limpieza de casas en Laredo y con ello pudo mejorar sustancialmente su situación económica. También llegó la hora de pasar la frontera de ilegal y el sueño americano se concretó en el trabajo de aseo y cuidado de casas y la atención de niños.

Finalmente volvió a Guadalajara donde ha podido combinar el trabajo con el estudio universitario.

* Entrevista efectuada por Héctor Hernández Z. en Guadalajara, Jal., en el año de 1992.


Mi padre nació en Zaruma Michoacán, a los 12 años se fue con los del Espíritu Santo de seminarista, y a los 28, antes de dar los votos, se casó con mi madre, la conoció aquí cuando estaba estudiando diseño, ella es del Distrito Federal. Jamás trabajó, pues su familia es de dinero y no estaba acostumbrada, tampoco sabía tratar con la gente, cuando se divorció se metió a la Universidad Femenina a dar clases de diseño, decoración y escultura, también en artes plásticas; un poco antes de divorciarse empezó a vender sus pinturas y a trabajar en una tienda de alfombras, de vendedora al principio y después a diseñar. Pero como no estaba acostumbrada a tratar con la gente, mucho menos a trabajar así, no tenía colmillo, le tenía confianza a todo mundo, pensaba que todo era rosa, le robaron muchos de sus diseños; se agüito mucho y decidió irse a Laredo.

Se fue cuando tenía 8 años, se divorció y nos dejó dos meses con mi padre, pero en realidad la que nos cuidó fue una nana que tuvimos, mi padre era maestro del ITESO y casi no lo veíamos. Yo fui la que quedé a cargo de mis hermanos (dos varones, uno dos años menor y el otro tres), cuando regresó mi mamá era un desmadre la casa, no estábamos atendidos por nadie, la nana, como no le pagaban, nos aguantó un buen rato pero nos dejó, duramos una semana solos, al vernos se quedó con el ojo cuadrado, se fue a comprar comida, ropa y zapatos. Ese día llegó a las 2 de la tarde, nos compró la ropa que necesitábamos y empacó lo poco que había, compró boletos de autobús y salimos a las ocho de la noche rumbo a Laredo.

Juntó dinero, por la venta de unos cuadros que pintó, y regresó para llevarnos; nadie supo de nosotros por muchos años.

Jamás supe quién le dijo que se fuera a Laredo o por qué; una vez le pregunté que hizo en esos dos meses, me respondió que andaba preguntando y viendo qué hacer, cómo sacar la mica de ciudadana fronteriza. Duró dos meses y volvió por nosotros, no fue al Distrito federal, porque allá estaban sus familiares y no aceptaban divorciadas, son muy tradicionales, aristócratas y conservadores, actualmente no sé cómo sean, yo no los trato, ella rompió con su familia después del divorcio.

En Laredo, mi mamá no tenía a nadie, la que empezó a contarle de la frontera fue la nana que tuvimos, su familia iba por fayuca, posiblemente ella le dio el nombre de una conocida, pero a mi siempre me quedó la duda de como pudo conocer a esa familia, que era dueña de la casa, donde había gente esperando pasar al otro lado.

Llegamos a casa de esa familia, yo tenía 8 años y vivíamos a una cuadra del río, estaban como 10 familias esperando pasar, pero como mi mamá era muy estricta, a pesar que estábamos ahí no convivimos con nadie, llegamos a hospedarnos mientras encontrábamos otro lugar; de ahí nos fuimos a un hotel medio malo donde duramos una semana, después encontró una casa muy barata enfrente del río, ahí veíamos como hacía los recorridos la migra, como la gente se trataba de brincar la malla y salir corriendo hacia el río, que se veía muy tranquilo, pero que llevaba muchos remolinos.

Mi madre no nos dejaba salir a la calle o hablar con los vecinos, no nos dejaba hacerlo por su educación, ella esperaba tener una mejor oportunidad para irnos a vivir a una zona residencial; a los seis meses nos fuimos a una zona más tranquila.

Llegando a Nuevo Laredo nos metió a la primaria, por eso lo que sucedía en la frontera lo sabía por mis compañeros de escuela, jamás pude salir ningún fin de semana, muchas cosas las veía por mi misma, recuerdo, por ejemplo, la estación del ferrocarril, ahí hay un parque muy grande, pues ahí esta toda la gente que viene de centroamérica, te das cuenta por la ropa, el acento y por llegar todos pobrísimos y con un morralito, llegan en tren y como no tienen en donde hospedarse, ahí se quedan.

También me tocó ver cadáveres en el río, de gente que me enteraba se trataba de cruzar y los mataban, o de que se ahogó, vi muchos casos, ahogados y ahogados. Algunas veces eran asesinados por los mismos polleros, otras veces porque trataban de pasarse solos, y como hay muchos remolinos y yerbas en el fondo del río, se ahogaban, pero también había muchos asesinados por los polleros, esto me lo contaban en la escuela, de todos modos eso donde quiera te lo cuentan; cuando eran más mujeres que hombres o se veía que los coyotes se enteraban que alguien traía dinero, cuando los iban pasando los robaban, los mataban o violaban a las mujeres, echaban al río a todos, a familias completas las mataban, en el periódico local eso era lo de diario.

El primer trabajo de mi madre fue vender cuadros, pero como para eso se necesita un buen tiempo, además en la frontera no hay mucho interés, pues lo principal es el comercio, no había quien los comprara, y sumado a esto lo caro de los pinceles y las pinturas, pensó que no la iba a hacer, entonces se metió de cocinera y luego de mesera, donde ya ganaba más con las propinas, y después al sindicato de meseras, hizo esto para conseguir papeles de que trabajaba y vivía ahí.

Empezamos viviendo en un cuartito, los primeros muebles que tuvimos fueron cajones de madera de fruta, unos los pegaba en la pared y ahí ponía los trastes, en una sola cama dormíamos todos, luego fuimos aumentando a dos, al rato en una casa, recuerdo que en los 4 años que estuvimos allá vivimos como en 20 casas diferentes.

Mi madre arregló su mica fronteriza pero no pudo meternos por que le faltaban nuestros papeles, empezó a pasar al otro lado y consiguió trabajo, igual que de este lado, de lavaplatos; en ese tiempo la migra cada rato se metía a los restaurantes, a las cocinas, y a todo mundo le pedía papeles, al patrón que tuviera ilegales le cobraban multa y le clausuraban, a los otros los regresaban, ella tuvo suerte, creo que por su manera de ser, por su educación, no la trataba la gente como a cualquier persona, le tenían más consideración, y sus patrones jamás la denunciaron, duró sin ir al otro lado como 3 años y medio y después de este tiempo le dieron al fin su pasaporte.

Ella nunca se fue de mojada, eso lo empezó a hacer después, cuando ya estaba en proceso de naturalización y no tenía papeles ni americanos ni mexicanos, se pasaba todos los días, pero ya conocía a los de la aduana y la dejaban pasar.

Trabajaba en los restaurantes, ganaban mucho en propina, después de que le dieron su mica empezó a trabajar en Laredo, esos 8 meses trabajó, primero de lavaplatos, luego de ayudante, después le tocó lavar las ollotas de la comida, hasta que fue mesera.

A los cuatro años nos regresamos al Distrito Federal, se había reconciliado con su familia, le empezó a ir bien, se metió a la academia de San Carlos a estudiar y al mismo tiempo trabajaba en un laboratorio químico, como empleada en la cocina, duro 1 año, porque mis abuelos de nuevo la desconocieron y no quisieron ayudarla, como no ajustaba el dinero tuvo que salirse de la escuela, no quedó otra que buscar de donde sacar: nos pusimos a vender empanadas de atún, tepache, aguas frescas en el zócalo, ropa de segunda en Toltec y pasteles, como no nos iba muy bien, además de que mi mamá y mi abuelo se enfermaron, nos fuimos a su rancho en Azuay.

Ahí aprendí a hacer todo tipo de labores del campo: pastorear, sembrar, cosechar, de todo eso. Con mis abuelos tuve una educación muy conservadora, muy europeizada, con mi abuela aprendí de herbolaria, a cocinar y conocer a la gente del campo.

Para sobrevivir hacíamos muchos pays, de manzanas que íbamos a recoger a los tianguis, de esas de desecho a las que limpiábamos y les quitábamos lo magullado, recogíamos del piso todo lo que se quedaba para comer nosotros, también íbamos al cerro a cortar nopales, berros, verdolagas y malvas; en el rancho vivíamos en un cuartito, donde antes estaban los peones del rancho, mientras la familia de mi madre vivía en la casa.

Al tercer año, después de seis meses enferma, por fin se reincorporó, no teníamos dinero para iniciar ningún negocio y, con poquito, empezamos a vender pasteles, como nos empezó a ir bien, a mi mamá se le ocurrió que le iría mejor en Laredo, Texas, porque allá se acostumbraba más este tipo de comida.

Nos regresamos; para hacerlo, mi madre, empezó a vender comida a los maestros de Azuay, juntó dinero, con eso se fue a Laredo los dos meses de vacaciones escolares, julio y agosto, trabajó de mesera y cocinera en un restauran de mariscos, juntó lana y a mediados volvió por nosotros, el día que llegó empacó todo y al siguiente nos fuimos.

Cuando llegamos residimos 15 días con un amigo que nos prestó un cuartito, llegamos en agosto, con 40 grados centígrados y encerrados durante ese tiempo, viendo televisión o jugando, en esos días solo comíamos frijoles y arroz con zanahoria, mi madre nos daba eso por ahorrar.

Entré a la prepa y mis hermanos a la primaria, ella se incorporó al trabajo de Laredo y empezó a subir de categoría, al año era capitana de meseras, y yo entré a trabajar en una paletería, a veces me tocaba atender a gringos y recuerdo que eran bien desconfiados de las aguas frescas, pensaban que no había higiene, seguido me preguntaban:

- ¿Y esto qué es?.

Les explicaba y les enseñaba el tamarindo en una servilleta, en forma muy presentable, y les decía qué ese era el tamarindo; es que no conocían muchas frutas de México, aprendí inglés, además me enseñaban en la prepa y mi mamá lo sabía, pero también todos los letreros en Laredo los veía en inglés y español y, todo el mundo habla pocho, así se aprende a fuerzas.

Pudo mas el dinero que los prejuicios, mi madre dejó el trabajo de capitana de meseras y se metió a limpiar casas, le pagaban entre 10 y 15 dólares por limpiar cada departamento, y lo hacía en dos o tres horas, en un día se echaba dos o tres departamentos, o un departamento y una casa, además empezó a planchar, le daban 10 dólares por docena de camisas almidonadas, también se dio cuenta que los americanos no sabían hacer tamales, y como los compraban muy bien, empezó a hacer del otro lado, en casa de una amiga, los vendía muy bien, sacaba buen dinero y de vez en cuando, como es diseñadora, hacía de repente un vestido o diseñaba la decoración de una recámara, le pagaron, en una ocasión, por decorar un hotel que está allá y es famoso: el camino real.

Todo esto fue durante la prepa, después de dos o tres años se quedó como ama de llaves en una casa, y se dedicaba los fines de semana a atender otras casitas, empezó a ganar mucho dinero; actualmente es la flor manager de un restaurante, ya es ciudadana americana, ha seguido haciendo diseños, nada más los termina y los ofrece, pero esto muy esporádicamente.

Cuando yo dejé la paletería me puse a vender libros, en ese entonces mis hermanos ya pasaban al otro lado sin papeles, como americanos, como nos compraban toda la ropa allá y son altos y güeros, como mi abuelo, así pasaban diario; ellos trabajaban en cosas chicas, leves, al mayor de los dos, siempre le ha gustado la carpintería, hacía casas para palomas, para perros, trabajos de ese tipo; el otro, nunca en su vida a trabajado.

En aquellos días no pude pasar por que me daba miedo, por lo que sabía que le pasaba a los ilegales, me daba mucho miedo decir

"american citizen", era tímida, miedosa, pero para vender libros en Laredo me sentía muy segura, en mi país no me inhibía, también hacía trabajos a máquina, para amigos doctores de mi madre, ellos siempre me insistieron para que me fuera allá, incluso me conseguían una beca para la universidad de Houston, pero yo no quería vivir en Estados Unidos, se me hacia muy feo el racismo de los gringos para los que vivíamos en la frontera, me daba cuenta de esto porque todos mis compañeros de prepa trabajaban al otro lado, de meseros, mecánicos y, me enteraba de cómo los trataban por lo que platicaban, siempre los hacían menos o no les querían pagar lo mismo o, primero les daban trabajo a los de allá; los turistas muchas veces llegaban y muy asquerosos, todo les daba asco, muy delicados, luego agarraban la calle Guerrero, la principal de Laredo, como allá no los dejan tomar en la calle, acá sí lo hacían, incluso insultaban a la gente, sobre todo a los mexicanos, diciéndoles: pinches indios, y uno bien indignado, a mí eso no me gustaba, con esa impresión me quedé por un buen rato.

Nunca pasé para el otro lado, recuerdo que mis amigas me preguntaban porque hacía eso, si yo parecía de allá, les decía que no me dijeran eso, me molestaba que hablaran de mi parecido a ellos, pero me sorprendió darme cuenta que los más racistas eran los chicanos que los mismos gringos, pienso que a lo mejor tenían como un sentimiento de superioridad, nos veían menos, yo vi a chicanos que trataban mal a mis amigos, a mí nunca.

De mis compañeros de prepa ninguno siguió la carrera, todos se fueron a trabajar al otro lado de meseros, chóferes, de lo que fuera.

Terminando la prepa me vine a Guadalajara a estudiar al ITESO, no trabajé sino hasta el segundo semestre y fue de secretaria, me vine por dos razones, cuando estaba en segundo de prepa nos habíamos reencontrado con mi padre y estábamos felices y contentos, pero como amigos, habíamos aceptado la situación, como fue maestro del ITESO me convenció de que me viniera, me dijo que era lo mejor para la carrera que quería, además de que podía conseguirme beca y bla, bla, bla., a mera hora no me consiguió nada; conseguí media beca, pero la otra mitad jamás la pude pagar, al año me agüite muchísimo porque no me permitieron continuar.

Llegué con una hermana de mi madre, fue algo novedoso porque no estaba acostumbrada a vivir con familiares, era una familia que no veía desde que tenía 8 años, estaba agüitadísima, la verdad es que no quería depender de mis padres o de mi familia, por suerte habló mi madre y me dijo:

- Oyes, ¿ya no vas a entrar a la escuela este año?

Le dije que no, entonces me dijo que porque no me iba a trabajar para Laredo, Texas, ella ya estaba establecida, porque a los seis meses de que me vine metió sus papeles a la ley Simpson-Rodino, le ayudó un doctor con el que trabajaba, firmó como su tutor diciendo que tenía 5 años viviendo con él. Cuando me vine a estudiar, mis hermanos se vinieron conmigo, vivíamos en un departamento, llegué en julio y estuve dos meses con mi tía, sólo duré ese tiempo porque me pedía que estuviera a tal hora, además de que le molestaba que hablara golpeado, como los del Norte, y ellos hablaban muy dulce, pensaban que era muy agresiva, les decía que así hablaba, pero me empecé a sentir muy mal ahí, no los conocía, además me querían moldear y eso no me gustó.

A finales de agosto llegaron mis hermanos a inscribirse a la prepa y a la secundaria, en cuanto llegaron, vino mi madre a Guadalajara, nos instaló en un departamento, duró dos días y se regresó, ahí vivimos ocho meses, después de los cuales tronaron mis hermanos en la escuela, entonces Carlos, el mayor de los dos varones, se refugió con mis tías y el menor se fue con mi padre a Tulatlán.

Terminé el semestre en el ITESO, por mayo o junio, y me quedaron dos materias, estaba muy deprimida de todo, seguí clases de verano hasta agosto, ya no pude continuar por falta de dinero, de la depresión me enfermé, entonces mi padre vino por mi, me llevó a Tulatlán y me tuvo un mes de reposo, pero no me ayudó con mi deuda, hablé con mi madre y le platique de mi problema, le dije que no sabía que hacer, si me ponía a trabajar en Guadalajara, con los sueldos, que estaban por los suelos, no me alcanzaba para nada.

Ella nos enviaba dinero, paro ya no tanto, no alcanzaba, como empezó a trabajar con el doctor, por el requisito de la Simpson -Rodino, no le pagaba lo suficiente, tanto como lo que ella ganaba en diferentes trabajos por su cuenta; así estuvimos todo el año y por septiembre del 88, me dijo:

- Pues vente.

Tengo una prima que también estaba en la facultad, es hija de la tía con la que llegué, como se iba a casar estaba juntando dinero, entonces mi madre me dijo:

- Y si quieres, que también se venga tu prima.

Mi madre siempre fue admirada por mi prima, porque siempre fue la tía rebelde, la tía pintora, la tía culta, se emocionó y se fue conmigo, mi madre me motivó porque todo lo pintó muy bonito; me dijo que íbamos a trabajar con una señora que tenía una tienda de donas, como se iba a ir de vacaciones dos meses, nosotras solo íbamos a cuidar la casa, y por eso íbamos a ganar millón y medio de pesos al mes, dijimos mi prima y yo:

- !Que chido¡

Y ahí vamos.

Nos dijo mi madre que íbamos a pasar como americanas con una amiga, pero las cosas cambiaron, la que nos iba a pasar se había ido, no quedó otra que llegar a casa de una ex-compañera de la prepa, eran muy pobres, pero mi amiga era muy luchona, trabajaba en el hospital civil y estudiaba enfermería, nos hospedamos una semana entera, la casa era de madera, llena de cucarachas, con mucho calor y estábamos muy temerosas. En esos días subimos mucho de peso, pues comíamos muchas tortillas de harina, por puros nervios.

Duramos 8 días esperando pasar, durante ese tiempo mi madre nos mandó ropa americana para disfrazarnos, también mandaba instrucciones a la mamá de mi amiga, esa señora nos llevó con un pollero; para llegar a su casa atravesamos un laberinto de calles, nos recibió una señora, le preguntamos por fulanito de tal, un nombre raro, esa mujer nos llevó a otra casa y de ahí con fulanito, así estuvimos de casa en casa hasta que por fin llegamos con un señor, nos dijo que él le pasaba el recado al coyote, nos preguntó donde vivíamos, le dijimos y nos despedimos; al otro día en la tarde fue un señor muy alto y panzón, con sombrero del Norte y botas de pico, a mi prima se le quedaba viendo muy lividinosamente, dijo:

- Pues les cobro 300 dólares por pasarlas.

Nos iba a llevar a Laredo en una lancha, a medianoche, era mucho lo que cobraba, a lo mejor nos vio de mucho dinero, nos veía de tal forma que a mí y a la señora nos dio desconfianza, le dije a mi prima que con ese no, le hablamos a mi madre y le dijimos que con ese coyote no pasábamos, ella nos había conectado con él por medio de otros amigos.

Después de eso mi madre dijo que nos iba a conseguir otro, no se cómo, posiblemente con contactos de la gente; se consiguió un chavo güero, de esos güeros de rancho, de nuestra edad, como 20 años, era muy vivillo, pero de esos que uno les tiene confianza, así medio buenón, pero aún así no estábamos muy seguras.

Llegaron el 8 de octubre, a la una de la tarde, estaba haciendo mucho calor, fue, creo, un miércoles, nos vestimos con ropa americana: bermudas, tenis, playera, así como de allá; él pasó por una amiga y un amigo; se pasaba cada fin de semana, trabajaba y se regresaba, se pasaba de mojado en una llanta, ya tenía su escondite en los carrizales, me acuerdo que el güero pasó por sus amigos y dos niños que iban a despedir a su papá porque se iba a trabajar, llegó el chavo por nosotras y luego por sus amigos, nos fuimos por la carretera rumbo al desierto, entramos por una brecha que era puro desierto, uno que otro zarzal, uno que otro cactus, llegamos a una parte de la orilla del río, para esto en toda la orilla hay muchos árboles, ramas y arbustos, apenas íbamos llegando y estaba una patrulla recogiendo mojados, en chinga que se regresa y se va por otra brecha, muchos kilómetros más adelante, por ahí entró, nos escondimos, porque era la hora de cambio de guardia, empezaron a pasar los helicópteros en su última ronda, nosotros escondidos en los arbustos, ese era un lugar por donde siempre se pasaba, traíamos una bolsa de plástico cada quien y una llanta, nos quitamos la ropa, quedamos sólo en ropa interior, me acosté sobre la llanta, mi prima se sentó sobre mí; el agua estaba asquerosa y fría, pero como hacía calor no era tan desagradable, el güero agarró la llanta con un brazo y con el otro nadaba, había muchos remolinos, no nos dio miedo, llegamos rápidamente, en la orilla había un borrego muerto, nos fuimos con nuestras bolsitas a los carrizales, él se regresó por su amigo, mientras nosotras nos arreglamos, por ahí había un montón de calcetines dejados, y este cuate traía mojados los suyos, no se los quitó y así se fue, el otro llegó a la orilla se quitó los calcetines y ahí los dejó, al igual mi prima, pensé entonces que por ahí llegaban mil gentes, pues había calcetines de todo tipo, por fin llegó el amigo, se vistió, se peinaron y nos fuimos caminando, había casas por ahí, en lo que si me fijé fue en que los dos chavos estaban bien morenos y nosotras bien blancas; nos dijeron que para despistar había que abrazarnos, yo nada de abrazarlo, mi prima iba del brazo, yo platicando, no tenía miedo por mi, sino por ella, desde un principio tuve miedo, por eso siempre me fui atrás, viendo todo, bien observadora, recuerdo que nos veíamos más gringas nosotras que los chavos.

Caminamos como veinte cuadras, era desierto, la señora, esposa del señor, tenía papeles, se había pasado al otro lado, en carro, para esperarnos, de ahí nos condujeron hasta la casa donde vivía mi madre, era la zona más elegante de Laredo, Texas, una casonona Victoriana, llegamos y todo el mundo esperándonos, mi madre casi cargó de gusto al muchacho, de que no nos había hecho nada y de que llegamos bien, le cobró cien dólares, llegamos a las 5 de la tarde.

Rápido nos colocaron, mi mamá nos cuido mucho al principio, estuve casi un año, mi prima de octubre a febrero, para volver a clases en marzo; me quedé allá, para ese entonces empecé a separarme de mi mamá y a agarrar chambas por mi cuenta. Mi madre me cuidaba, buscaba el trabajo en casas de gente que conocía, yo seguí trabajando en la casa donde mi madre vivía, ella tenía su casita dentro de la casota, porque era de confianza, ahí comía; me empezó a dejar sus casas de aseo para ella conseguir trabajo de planta en un restaurante, me empezó a pasar todas sus chambas; el viernes todo el día me iba a una casa grande, me daban 20 dólares, en la noche me iba a la casa de unos árabes, hasta el lunes en la mañana, me pagaban 50 dólares; ahí empecé cuidando a una viejita, le medía todo los ingredientes de su comida, el tiempo de cosimiento, le daba un montón de medicina, le inyectaba insulina, le medía la presión, el ritmo cardíaco, me pagaban bien, me empezaron a apreciar mucho, también trabajé para un doctor, le cuidaba la casa, hacía el quehacer y la comida sólo cuando tenía visitas, después me pagó sólo por cuidarle pericos africanos, guacamayas, pavo reales blancos y unas plantas muy raras, y por cuidar la casa, duré junto con mi prima, tres meses y después ella se fue a otra casa, amiga de esa señora.

Con el doctor tenía chanza de ir a trabajar a otros departamentos, pero esto fue después de los tres meses, porque antes no podía, a veces cuando era nuestro día libre, nos pagaban cinco dólares por laborar, por cuidar niños de amigos de los doctores, nos apreciaban porque medio sabíamos hablar inglés, éramos bien educadas y además les enseñábamos a los niños a comer bien, a sentarse, porque, para esto, cuando llegamos a la casa del doctor, el tenía dos sirvientas, una oaxaqueña y la otra de pueblo y hablaban con puro chingado, las corrieron y nos dejaron a nosotras.

A los tres meses mi prima se va, yo sigo en esa casa pero sin niños, y empiezo a hacer trabajitos extras, unos los conseguí por mi cuenta, otros por mi mamá, limpiaba un departamento en dos horas, eran chicos, lavaba el baño, la cocina que era muy pequeña, y como era gente sola, rápido terminaba, todo lo hacían las máquinas, lo difícil era que no había camiones para esas casas, tenía que caminar un chorro y como todo mundo traía carro, era bien extraño ver a alguien por la calle, a mi me daba miedo que pasara alguna patrulla y me recogiera y me preguntara que andaba haciendo, llegué a ver a los de la migra deteniendo mojados, a mi jamás me detuvieron, es más, una vez llegaron donde trabajaba, no pasó nada, pero estaba tensa del miedo, siempre esperando que me sacaran.

Cuando trabajé con los árabes me fue muy mal, ganaba muy buen dinero pero eran muy codos, siempre me daban comida hasta que terminaban ellos, dormía en un cuarto sin vidrios y sin calefacción, en pleno invierno, y yo muerta de miedo, ahí me las pase negras, empecé de enfermera y terminé lavando baños, de todo. Un día se les fue todo mundo y me quedo yo, pero estaba a punto de irme, me dijo la señora:

- ¡Te pago el doble porque te quedes!.

Le dije que no porque ya tenía otro trabajo, me dijo:

- ¡Te pago el triple!.

Pero ya no quería saber nada de esas mujeres, trataban a la gente a punta de pie, me exigían mucho, eran puras mujeres, tenían un hijo de 60 años, pero con paralísis mental, y una nieta en la prepa que era bien burrilla, los últimos días, antes de irme, me puse a estudiar con ella y le gustó, la señora me empezó a pagar 5 dólares por tarea, yo me sentía rara, pues lo hacía por ayudarla.

Así me la pase desde febrero hasta junio, mes en que regresé a Guadalajara; me devolví porque estuve carteandome con mis amigos para ver los requisitos de ingreso a la Universidad de Guadalajara; ellos eran de una logia masónica, me decían:

- No, pues que te toca tal día tu letra.

No, pues yo ya preparándome, entré con ellos desde que estuve en la prepa, y cuando regresé entré a la logia de Guadalajara, todos eran de la Universidad de Guadalajara, menos uno que estaba conmigo en el ITESO, en comunicaciones.

Un poco antes de regresar sentía que ya tenía más colmillito, más experiencia, más ganas de trabajar, menos miedo, con más metas, me empiezan a dar ganas de volver porque, cuando estaba en casa del doctor, tenía mucho tiempo, estaba sola, únicamente cuidaba animales, me la pasaba leyendo, me acuerdo que escuchaba una estación de Laredo Tamaulipas, era música clásica, latinoamericana, folclórica, me la pasaba escuchando y añorando a mis amigos, mis ideas, mis rollos, leyendo los libros del doctor, tenía mucho de filosofía, de Juan Castaneda, de medicina, revistas de Geomundo, National Geographic, leía un chorro de eso, entonces como que empecé a idear:

- Bueno, ¿qué voy a hacer realmente?, no voy a estar aquí toda la vida.

Así me regrese.

Con el poquito dinero que junté compré prendedores, pinturas, cosas para mujer, así empecé a vender ropa y cosillas, busqué trabajo, primero en plaza del sol, pero bien mal pagado, así estuve el primer semestre de Historia, por febrero platique con un amigo y me dijo que había trabajo en la Universidad, ahí tuve oportunidad en la biblioteca, me fue bien.

Me acuerdo el día que pasé el puente, de regreso a México, me sentía bien rara, como toda una mujer que había trabajado bien duro y así como bien orgullosa de mí; no me quedaron ganas de volver. Regresé el 15 de julio del 89, terminando el primer semestre de facultad entre a la DDA y fue otro panorama para mí.

Lo cierto es que a mí sí me daban ganas de quedarme otro tiempecito más, ganar más dinero, pero quería estudiar, ya no me importó si tenía dinero o no, lo que yo quería hacer era únicamente estudiar: por eso estoy aquí.