No fuimos
al Norte a juntar flores*
Don
Miguel Gutiérrez es originario del poblado alteño de San
Diego de Alexandría, allí de boca de su padre, paisanos
y amigos aprendió todo lo necesario para sacarle provecho a la
alternativa migratoria. Pero su padre, bracero y trabajador migrante por
muchos años, no quería que su hijo tomara el mismo camino.
Si él había gastado su vida en el Norte, era precisamente
para que sus hijos no tuvieran que hacer lo mismo. Poco pudo hacer en
ese sentido, sus tres hijos estuvieron en el Norte, lo único que
logró fue inculcarles una obsesión, la necesidad de volver.
La
historia de Don Miguel es sin duda peculiar. Su objetivo en la vida
era trabajar como profesional sus propias tierras y dejó pasar
lo que para otros serían muy buenas oportunidades por cumplir
con su meta. Primero fue maestro y trabajador migrante hasta que logró
llegar a ser líder sindical y legalizar sus su situación
en Estados Unidos; luego fue estudiante universitario y maestro y logró
terminar sus estudios profesionales como agrónomo. Pero el mismo
día que se recibió optó por irse a trabajar al
Norte, para ahorrar dinero y poder comprar tierras y un tractor.
Al
comienzo era la burla de sus paisanos, pero poco a poco fueron comprendiendo
su tirada. Tuvo varios empleos y cuando había logrado conseguir
un buen trabajo y una buena reputación se cumplió el
plazo por el mismo fijado para regresar.
Ahora
trabaja en México, en su pueblo, como agricultor de su propias
tierras, sujeto a las inclemencias del temporal y las vicisitudes que
tienen que sufrir los que siembran maíz.
*Entrevista
realizada por Víctor Espinosa, en San Diego de Alejandría,
durante el mes de mayo de 1992.
Mi padre nació
en 1922, trabajaba como regador oficial en la hacienda San Fernando, propiedad
de Don Isidro Gonzales; desde muy chico ayudó a mi abuelo en las
labores del campo, a los 12 años lo mandaron a la escuela, cuando
terminó el tercer grado se fue del pueblo, al seminario de Lagos,
a continuar la primaria, pero sólo estudió pocos meses,
pero, como mi abuelo se quedó sin trabajo, cuando la hacienda de
San Fernando fue repartida a los agraristas de San Juan, en 1937, regresó
y, durante dos años, lo ayudó a sostener a la familia.
En esos años
las cosas empeoraron en el pueblo, tanto que algunos emigraron a la
Ciudad de México, mi papá recibió noticias de que
allá había mucho trabajo y decidió probar suerte
en la capital. Salió en 1940, tenía 18 años, llegó
a vivir con unos amigos. Trabajó un tiempo como empleado de una
tienda, después en un taller de muebles, hasta que encontró
trabajo como obrero, en la fábrica de refrescos Mundet.
En agosto
del 42 escuchó, en la radio, que todo aquel que quisiera irse
a Estados Unidos a trabajar legalmente se dirigiera al centro de contratación
que estaba instalado en el estadio de fútbol; me cuenta mi papá
que, a pesar de la intensa propaganda que hizo el gobierno, circuló
el rumor de que era una trampa para llevar mexicanos a la guerra; recuerda
que ese rumor se regó porque en mayo, de ese mismo año,
los alemanes hundieron el buque "Potrero del Llano" y México
se vio obligado a entrar oficialmente a la guerra, además en
agosto entró en vigor la Ley del Servicio Militar Obligatorio
y el miedo de la gente aumentó cuando se empezaron a realizar
apagones y ensayos de emergencia en algunas colonias.
Un día,
me parece que fue en octubre, mi papá iba en el camión
rumbo al trabajo, pasó frente al Estadio y vio las colas de gente
que esperaba turno para irse de bracero, decidió bajarse del
camión y se formó a ver qué pasaba; mientras esperaba
turno recordó que mi abuelo alguna vez le había dicho
que sí llegaba a ir al Norte nada más no se fuera de contrabando,
él había ido a Estados Unidos en 1910 y estuvo a punto
de ahogarse al cruzar el Río Bravo.
Cuando le
tocó turno, lo primero que hicieron fue revisarle las manos,
como había sido campesino, las tenía aún llenas
de callos; también le hicieron un chequeo médico. Al tercer
día salió rumbo a Estados Unidos en ferrocarril, con viaje
pagado, comida y casa; me cuenta que el tren era de quince vagones,
repletos de brazos para los gringos, además traía una
banderita blanca en el último vagón.
Llegaron
a Ciudad Juárez y ahí los dividieron, le tocó en
un grupo formado por pura muchacha que no conocía el Norte, cuando
le dijeron que le iba a tocar el Valle Imperial, se imaginó un
lugar en verdad bonito.
Cuando llegaron,
dice mi padre, todos se llevaron una sorpresa, eran unos ranchos rodeados
de desierto, apartados del pueblo, con rancheros que trabajaban con
caballos percherones y uno que otro tractor, se decepcionaron más
cuando les mostraron sus casas..., pero de campaña, donde iban
a dormir.
Empezaron
a trabajar de inmediato en la siembra del melón, eran jornadas
de doce horas diarias, de seis de la mañana a seis de la tarde;
a los seis meses iba a comenzar la pizca del melón, pero se le
terminó el contrato y se regresó al pueblo, en mayo, creo,
de 1943; me cuenta que llegaron, todos los que habían ido, con
buenas chamarras, buenos pantalones y muchos dólares.
En ese mismo
año volvió a contratarse, esa vez lo mandaron a San José,
California, a trabajar en el tanque, en una cuadrilla ambulante de tendido
y cambio de vías, trabajaba diez horas, le pagaban 57 centavos,
diez centavos más que en el Valle Imperial, pero el trabajo era
durísimo, había que mover los rieles, entre doce gentes,
con unas pinzas llamadas troncas; tenía más de un año
cuando llegó la noticia de que había terminado la guerra,
ya no quisieron renovarles contrato, se regresó a San Diego el
último día de diciembre de 1945.
Cuando llegó
encontró a mi abuelo muy desmejorado, murió en marzo del
46, se quedó a cuidar lo que le había dejado: un garbanzo
sembrado y unos cuantos animales; ya no se pudo ir al Norte.
Ese año,
en cuanto levantó la siembra se fue de nuevo a Estados Unidos;
una vez se contrató en Irapuato, le tocó ir al estado
de Montana, a la agricultura, porque ya no había trabajo para
los mexicanos en la industria, sólo en el puro campo, trabajó
en el desahije del betabel, con un azadoncito conocido como el "cortito",
famoso porque tenían que andar agachados todo el día.
Esa vez le
pagaron por contrato, según los sacos que pizcara; sólo
dejaron a seis braceros, cinco de San Diego y uno de Arandas, para que
hicieran todo el trabajo en dos meses, porque los iban a llevar a Wisconsin
, a la cosecha de la papa, los últimos días trabajaron
hasta las diez de la noche para poder terminar el trabajo.
Se los llevaron
en tren hasta Wisconsin, pero llegaron antes del tiempo de la papa,
mientras tanto los metieron a pizcar cherry, en unas cubetitas, angostitas
de abajo y amplias de arriba, que les pagaban a 25 centavos, mi papá
apenas sacaba para la comida, además no les pagaron hasta que
terminaron el trabajo por temor a que desertaran, como eran estados
muy alejados no era tan fácil encontrar gente para trabajar en
los ranchos; estuvieron varias semanas y el tiempo de la papa no llegaba;
entonces mi papá se comunicó con un compadre que andaba
trabajando cerca y tenía una hermana en Chicago, aprovechando
que andaban cerca; se animó porque traía dinero, gastaba
poco y en ese tiempo no se había casado todavía con mi
mamá.
Se fueron
en tren, viajó, durante quince horas, con algo de miedo porque
era una novedad andar de ilegal, me cuenta que a cualquier gringo que
veía con uniforme lo confundía con los de migración.
En Chicago
llegó a la casa de la hermana de su compadre. Consiguió
trabajo de inmediato en la empacadora, le pagaban a 95 centavos y trabajaba
de ocho a diez horas; su tarea era simple: poner salchichas en unas
canastillas con ruedas para que las mujeres las empacaran, había
trabajado apenas tres meses cuando llegó el mes de diciembre,
su compadre y él comenzaron a platicar sobre las fiestas en el
pueblo: las vueltas a la plaza, las serenatas; como estaban solteros
se regresaron a San Diego, por la pura nostalgia; pero cuando llegaron
a la frontera, al bajar del camión, los pescó la migración,
en Laredo, y los enjaularon en un sótano por algunos días,
después los llevaron hasta el otro lado del puente y los dejaron
en libertad en el lado mexicano. Llegaron a San Diego el 6 de enero,
dos días antes de que terminaran las fiestas patronales. Llegando
mi papá, le ofrecieron trabajo en la presidencia, como tesorero,
no sabía nada de política pero como mucha gente se iba
al Norte, además eran pocos los que sabían leer y escribir;
sin darse cuenta pasó diez años trabajando en la presidencia,
y sin salir de San Diego, hasta que en 1962, entró de presidente
Samuel Correa, no se entendieron y fue desplazado de su cargo. Decidió
regresar de nuevo a Estados Unidos.
Pero ya no
se fue como bracero, en ese año, un primo hermano se ofreció
ayudarle para que arreglara sus papeles, como tenía buenas relaciones
con el patrón del rancho donde trabajaba, le consiguió
una carta de "promesa de trabajo", donde el ranchero lo solicitaba para
trabajar, el trámite le llevó seis meses.
Se fue en
agosto de 1962 a Santa María, California, con su primo, a trabajar
pizcando fresa, pero pagaban muy poco, además de que las fresas
no le gustaron ni para comérselas; después de dos meses
se acabó la temporada y prefirió regresar a su pueblo.
Al año
siguiente se fue a Soledad, California, con una hermana, su marido se
la había llevado a vivir, y un tío, que había sido
el primero de San Diego en llegar a ese lugar, ya había empezado
a acomodar a otros parientes del pueblo; su primer trabajo fue lavar
platos en un campo donde daban de comer a los braceros, no le gustó
porque le pagaban apenas 50 dólares a la semana, duró
una semana y fue a pedirle trabajo a su tío, éste le dijo
que en el rancho donde trabajaba sólo había vacante un
puesto de regador, pero le advirtió que era muy pesado:
-Te mojas
mucho y los que trabajan ahí se quejan de sufrir reumatismo,
lo bueno es que siempre hay trabajo y te dan muchas horas al día.
Mi papá
le contestó que no había ido al Norte a juntar flores;
le dieron el puesto de regador, trabajaba catorce horas diarias, comenzaba
a las seis de la mañana, cuando todavía estaba oscuro,
y salía en lo oscuro; no necesitaba pagar renta porque vivía
en el rancho. El trabajo le gustó, lo aprendió bien, se
quedó a trabajar veinte años en la misma actividad; iba
y venía: de seis a ocho meses trabajaba en varios ranchos y luego
regresaba a San Diego, donde pasaba la otra parte del año trabajando
sus tierras, 60 hectáreas que compró 1964, gracias al
Norte, llegó a tener hasta cincuenta puercos y diez vacas. En
1970 volvió a ir a Chicago, porque en el pueblo los amigos le
decían que se ganaba más y se trabajaba menos, pero, al
final de cuentas, resultó que la realidad fue muy distinta; en
Chicago trabajó en una industria donde ganaba 2.5 dólares
la hora, pero sólo les daban ocho horas al día, las cuarenta
horas reglamentarias por semana, sacaba, cuando mucho, 90 dólares
por semana, porque a los recién llegados no les daban horas extras,
mientras que en California ganaba menos, pero podía trabajar
de doce a catorce horas al día, lo que permitía ganar
más de 100 dólares a la semana; en Chicago llegó
a trabajar para la ciudad, en Parques y Jardines, ganaba tres dólares
la hora, el problema fue que el clima nunca le gustó.
En 1974,
cuando regresó de Estados Unidos, le dije que me quería
ir al Norte, mi papá se opuso, me dijo que tanto sacrificio y
desvelo eran precisamente para que sus hijos estudiaran y no tuvieran
que andar batallando en otro país, que a fin de cuentas los explotaban
casi como esclavos.
Regresó
a Estados Unidos, como todos los años, me dijo que me iba a llevar
a conocer, pero hasta que pudiera arreglarme papeles, para que no me
fuera de contrabando; pero yo ya me había puesto de acuerdo con
mis amigos y, con su autorización o no, quería experimentar
en carne propia lo que era el mentado Norte; no tenía ninguna
necesidad, porque mi padre siempre trató de darnos lo que necesitábamos,
además, para ese entonces, tenía dos años que había
conseguido un nombramiento de maestro y trabajaba en la secundaria de
San Diego; por eso me esperé a que llegaran las vacaciones de
la escuela, me fui en agosto, junto con otros tres amigos del pueblo,
rumbo a la frontera; pero no corrimos con suerte, la migra nos pescó
varias veces y tubimos que regresarnos sin haber conocido Estados Unidos.
Aún así, fue mi viaje de iniciación, y es el que
tengo más presente.
Recuerdo
que íbamos Chuy Echeverría, Miguel Ramírez y un
hijo de Cirilo Rocha, supuestamente Chuy Echeverría ya había
ido una vez y era el que sabía el famoso camino de San Marcos
y Carlos Bad. Nos dijo que se llegaba a Tijuana, a la colonia Libertad,
que desde ahí se veía un par de antenas y había
que ir siguiendo la luz por entre los cerros, sin necesidad de coyote,
porque sabiendo el camino todo lo demás era muy fácil.
Chuy nos
dijo que para evitarnos el problema con los famosos cholos, que se juntaban
en la colonia Libertad, nos íbamos a ir en la tarde, ya oscureciendo,
para ver más o menos por donde íbamos a caminar. Caminábamos
y nos escondíamos, luego nos asomábamos, pero en una de
ésas nos asomamos Chuy y yo, y nos vio la patrulla de la migración
y que se nos deja venir, buscamos donde escondernos, pero la migración
encontró a dos, nosotros estábamos cerquita, escondidos
como a cinco metros, entre los matorralitos, pero como sólo habían
visto a dos personas, se contentaron con ellos, los agarraron y se fueron,
lo malo fue que se llevaron al que conocía el camino; "pasamos
un rato sin saber qué hacer, comimos y nos fuimos caminando para
adentro, qué más hacíamos! Caminamos casi toda
la noche, al poco rato todo eso era como una fiesta, nos encontramos
muchísima gente, grupos completos que iban para donde mismo,
nos pegamos a uno de esos grupos y los seguimos por un buen rato, cuando
nos enfadamos seguimos por nuestra cuenta y nos metimos por entre una
huerta de jitomates; ya para esto era de madrugada.
Esperamos
que se hiciera de día, cuando por fin amaneció, pero un
tanto ingenuos, para no perdernos, decidimos caminar por la carretera,
no tardó una patrulla de la emigración en vernos, nos
preguntaron que andábamos haciendo por ahí.
-Nada,
respondimos.
-Entonces vámonos para México.
-Pos vámonos.
Qué
más les decíamos!, nos sacaron luego luego y, en
la mañana, ya estábamos comiendo menudo en Tijuana.
Hicimos otros
dos intentos de entrar, no encontramos a los que agarraron. Traíamos
algo de dinero porque íbamos preparados, pero a los que agarraron
los echaron al avión y los aventaron hasta León, Guanajuato.
Así que para ellos se acabó pronto la aventura.
El otro muchacho
se desanimó, ya se le estaba acabando el dinero
-Me voy a regresar, dijo. -No, pues vámonos.
Nos regresamos.
Cuando mi
papá se enteró me dijo, que si de verdad quería
irme, fuera cuando comenzara la temporada de trabajo, en marzo, y no
en agosto cuando el trabajo ya estaba por terminar.
Pedí
licencia en la escuela y al siguiente año, en 1975, invité
a otro amigo y nos fuimos, en marzo, junto con mi papá; él
se fue hasta Soledad y a nosotros nos dejó en Tijuana, con
Jesús
Aldana, un coyote de San Diego, para que nos pasara, esta vez entramos
sin dificultades, nos pasaron en una camioneta hasta Los Angeles,
pagamos
300 dólares por cada uno; cuando llegamos mi papá ya
me había sacado mica del Seguro Social, a mi amigo le dijeron
que para darle seguro necesitaba comprobar que era residente legal,
si no
iba a ir la migra por él, como habíamos dado el domicilio
donde estábamos no pudimos quedarnos, nos fuimos un mes a trabajar
en la limpia y el desahije del betabel, a un ranchito que estaba
a 30
millas de Soledad, trabajábamos desde las seis de la mañana
hasta las doce del día, a esa hora pasaba la migra por el rancho,
en su recorrido diario que hacía desde Salinas, los que no
traían
papeles paraban de trabajar y se escondían en una galera, se
salían hasta las 3 de la tarde y trabajaban otras tres horas.
Cuando vimos
que a la casa no se había presentado la migra, regresamos; trabajé
un tiempo en el rancho, con mi papá, hasta que conseguí
un mejor empleo, en una compañía deshidratadora de ajo
y cebolla; en ese tiempo mi papá ya había iniciado los
trámites para arreglarme los papeles; después de varias
solicitudes nos avisaron que nos presentáramos de inmediato,
antes de que cumpliera 21 años y fuera más dificil el
trámite.
Ya legalizado
fue más fácil conseguir trabajo, pero no había
abandonado la idea de seguir estudiando; cuando regresé, en 1975,
coincidió que en San Diego acababan de abrir una preparatoria;
me inscribí de inmediato, seguí trabajando en la secundaria
y en vacaciones me iba con mi papá por tres o cuatro meses a
Estados Unidos.
Así
estuve hasta que terminé la preparatoria, en 1977, y con el dinero
que había ahorrado con mi trabajo de maestro en San Diego y de
jornalero en Estados Unidos, me fui a estudiar agronomía a la
Universidad de Guadalajara; al mismo tiempo hice intentos por cambiar
mi plaza de maestro a Guadalajara, no pude y pedí licencia, pero
sin trabajar.
Pero pasó
que mis ahorros, que consistían en 20 mil pesos, se esfumaron,
ya no tenía dinero para seguir estudiando y además, ya
deseaba casarme, así que dejé de estudiar un año;
en 1978 me fui de nuevo a Estados Unidos, ahora sí con una meta
fija de antemano: ahorrar para casarme y seguir estudiando; cuando llevaba
unos tres o cuatro mil dólares regresé, a los dos meses
me casé. Regresé a trabajar a la secundaria de San Diego,
sin abandonar los planes de terminar la carrera de agronomía;
más tarde pedí mi permuta a Ocotlán y, al mismo
tiempo, planeé mi reingreso al segundo año de la carrera,
para esto primero tuve que cambiar la plaza, por una del turno vespertino
en Jamay, desde donde hacía el recorrido todos los días
hasta Guadalajara, para asistir a la Universidad, en un carrito que
compré con el dinero que traje de Estados Unidos.
En poco tiempo,
gracias a las conexiones políticas que tenía como maestro
y a mi amistad con el presidente municipal de San Diego, le echaron
un sablazo a la diputada de ese distrito, que tenía un buen hueso
en el Departamento de Educación Pública; conseguí
una plaza más cerca de Guadalajara: en Cajititlán.
En 1983 me
recibí, por fin, de agrónomo y, para sorpresa de mis padres
y amigos, decidí regresar de nueva cuenta a trabajar a Estados
Unidos; recuerdo que todos se opusieron, pero tenía mis razones:
nunca dejé de pensar en Estados Unidos, porque ya había
comprobado que allá sí se podía ahorrar dinero,
el mayor problema de la gente que va es que la idea de ahorrar es muy
remota, no tienen la suficiente fuerza de voluntad , o la suficiente
habilidad, para ahorrar lo que ganan, porque en general ganan mucho
dinero, yo sabía eso y mi intención era comprarme un tractor,
porque siempre había sabido de agricultura, y quería trabajar
de eso aquí en mi pueblo, en mi tierra.
Para mis
amigos fue una locura que yo me fuera a Estados Unidos, porque, de
hecho, estaba en mi mejor momento como maestro, me había metido en
la política sindical, en ese tiempo yo era el secretario general
de toda la zona en el sindicato de maestros, era una excelente posición,
porque en la zona centro éramos nada más 22 personas
las que manejábamos todo el asunto político de la sección
47, eso era de mucho peso, porque los asuntos políticos se
deciden en Guadalajara, no acá afuera, en los pueblos, en
ese tiempo el secretario general tenía la facultad de opinar,
a la par que el inspector, sobre los interinatos o propuestas de
plazas, eso te daba
cierto poder y mucha gente lo usaba para hacer dinero, pero como yo
siempre consideré la situación de que me iba a ir
a Estados Unidos, ni siquiera doble plaza tenía, por eso,
para todo el mundo, era una tontería que me fuera a Estados
Unidos de nuevo.
Yo sabía
que el trabajo que iba a hacer allá era trabajo físico,
que requería mucho esfuerzo, sin embargo, también sabía
que si no me iba en ese tiempo jamás me iba a ir, así
que con todo el dolor y la pena me fui a Estados Unidos al terminar
mi carrera, en septiembre de 1983.
Llegué
a Soledad, California, con Abel, mi hermano más chico, en ese
entonces todavía estaba allá David, el otro hermano que
había llevado al Norte por primera vez en 1976.
Al principio
pizqué lechuga, hasta que se me ocurrió que la mejor manera
de hacer dinero era con la "corrida", en el Valle de Salinas,
ésta consistía en seguir las pizcas de los diferentes
cultivos de rancho en rancho; durante mis recorridos vivía en
el carro, en un Volkwagen al que nomás le dejé el asiento
del chofer y lepuse una tarima de madera, bien acolchonada para dormir,
tenía hasta una estufa eléctrica en el auto.
Al pricipio
tuve que soportar las burlas de mis amigos de San Diego, se reían
de mi porque había pasado la vida estudiando para terminar pizcando
lechuga como ellos; recuerdo que no me molestaban gran cosa las burlas
porque tenía un argumento bastante simple para callarlos: estaba
ganando buen dinero, en un momento en que no se podía trabajar
en México, porque la recesión económica estaba
en su etapa más crítica.
Lo único
que no me gustaba de las corridas era que tenía que andar
de un lado a otro, eso me impedía estar en la escuela, por eso
cuando pude, lo pimero que hice fue estudiar inglés, porque sabía
que era la base para conseguir mejores empleos; lo que aprendí
en la escuela en México me sirvió, sin duda, pero allá
la gente me juzgaba por el acento, porque si tu llegas hablando trabado
y con acento mexicano, te ven como alguien que no sabe hablar inglés
y que no puedes hacer nada, al menos ese es el complejo que a uno le
provocan.
Tenía
un año trabajando en las corridas cuando mi papá, ya cansado,
por 20 años de regador, se jubiló en Estados Unidos, aproveché
y me quedé en su lugar durante tres años; con ese trabajo
pude ahorrar más, pronto compré una casa en San Diego,
además de la que ya tenía en Guadalajara, en Residencial
Poniente.
El trabajo
en el riego me permitió, además, estabilizarme, me puse
a estudiar cuanto se me ocurrió: cursos de mecánica, soldadura,
laminado y pintura, escritura y redacción, filosofía y
hasta un curso de educación para maestros, llegó un momento
en que sentí que podía entender y escribir perfectamente
el inglés, pero seguía con problemas para hablarlo; aún
así, y a pesar de que tenía un buen trabajo, movido por
la idea de progresar, me metí a trabajar como mecánico,
durante ocho meses, sin dejar de buscar en los periódicos una
oportunidad para encontrar un mejor empleo.
En una de
esas ocaciones salió un anuncio donde decía que el Departamento
de Agricultura, del condado de Monterrey, California, estaba solicitando
técnicos agrícolas para que ayudaran a varios investigadores
en diferentes tareas, me animé a llenar una solicitud y, para
mi esposa, a os pocos días, después de que me hicieran
una evaluación, me contrataron. Recuerdo que la evaluación
fue muy simple, me pusieron a identificar plantas, calcular la dosis
de insecticida, cosas muy elementales, comparado con todo lo que había
estudiado en México, además requería experiencia
en la agricultura, plantas y cultivos y en el manejo de maquinaria agrícola;
mi certificado de estudios, que demostraba todas las materias que había
cursado, y mi experiencia como regador me sirvieron mucho.
Trabajé
para unos investigadores de la Universidad de California, me pagaba
el Departamento de Agricultura del condado de Monterrey, fue un trabajo
interesante, era un grupo de siete personas donde había investigadores
de renombre internacional en entomología, herbicidas, herbicultura,
irrigación y fertilizantes; al principio, en términos
económicos, no era el mejor trabajo que había tenido,
ganaba entre diez y doce dólares la hora, el problema es que
no podía trabajar más de ocho horas al día y se
me descontaba mucho por impuestos, con el tiempo me gané su confianza
y me empezaron a llamar, los fines de semana, para hacer trabajitos
a los rancheros del condado, con eso pude mejorar la paga. Tenía
un año trabajando con ellos cuando cumplí los cinco que
había pensado estar, ahorrara lo que ahorrara, pero, me encontraba
tan agusto en el mejor trabajo que había tenido jamás,
que decidí quedarme seis meses más.
En diciembre
de 1989 avisé que iba a dejar el empleo porque quería
calarle a salir adelante en México; probablemente no funcione,
me acuerdo que pensé, pero tengo que intentarlo; uno de los investigadores
me prometió un trabajo mejor, otro me dijo que si regresaba a
Estados Unidos, así fuera por una semana o dos, con ellos tendría
trabajo seguro,
Desgraciada
o afortunadamente decidí venirme porque se había cumplido
el plazo que me había impuesto, además tenía deseos
de estar un tiempo en México, no sé si vaya a volver algún
día; en diciembre de 1992 cumplo dos años de que regresé;
me vine a trabajar en la agricultura, el primer año me fue mal,
invertí mucho dinero y, a pesar de que tuve buena cosecha, definitivamente
gasté más dinero del que gané, pero voy a volver
a sembrar este año y espero tener mejor suerte.
Las tierras
que actualmente tengo son las mismas que mi papá compró
en 1964, gracias al norte, y que vendió, en 1970, porque nunca
le sacó ningún provecho o beneficio.
En 1988,
esas mismas tierras las compramos entre dos hermanos y yo, porque aquí
tu vales más si tienes, especialmente biences raíces,
tener tierra da prestigio. Uno de mis hermanos quería comprar
suelo para vivienda pero lo convencí de comprar tierra para sembrar;
cuando vivíamos juntos en Estados Unidos nos iba bien a los tres;
David es, actualmente, encargado de una empacadora de papas; Abel, el
menor, lo metí a trabajar como regador en el rancho, ahora está
como soldador.
Me acuerdo
que de las tierras platicábamos diario, siempre con la ilusión
de progresar, mis hermanos siguen en el Norte, vienen temporalmente,
su intención es venirse definitivamente, porque ellos bien saben
que aquí eres algo y allá no eres nada, no importa qué
trabajo tengas, por muy bueno que sea, ellos, por ejemplo, tienen buenos
trabajos, pero aún así no son nadie.
Buscamos
unas tierras buenas que se vendieran, nos enteramos que el compadre
de mi papá quyería vender las suyas, como conocíamos
el terreno, porque había sido de mi papá, sabíamos
que era bonito el lugar, así que lo compramos; pagamos diez mil
dólares de contado y cinco mil dólares cada seis meses,
en total fueron 40 mil dólares.
Antes de
venirme nos trajimos un tractor, varios vehículos y equipo e
implementos agrícolas, por eso desde que llegué me dediqué
de lleno a la agricultura, sembré cerca de 40 hectáreas,
todas con maíz porque existía una gran demanda de pastura
en el mercado local, pero el año fue difícil; como agriculor
considero que le di buen trato al terreno, que le metí mucho
dinero, pero no hubo los resultados previstos, en primer lugar porque
la lluvia se retrasó, comenzó a llover en julio, y una
vez que comenzó no dejó de llover hasta septiembre, aún
así tuve una buena cosecha, pero cuando tenía todo tirado
para comenzar a moler, el día seis de enero, se vino la lluvia
y mojó toda la cosecha, estuve a punto de perderlo todo, debía
45 millones de pesos, al siguiente año volví a sembrar
pero me moderé en los gastos.
Fui invitado
a participar en la campaña política con una de las fracciones
del PRI dentro del municipio, como sabían que me gustaba la política
y que tenía prestigio, porque era un migrante que había
terminado mi casa con lo del Norte, y era uno de los pocos que podía
llegar del Norte y soltar de 30 a 40 millones de pesos de un momento
a otro. Las elecciones fueron reñidas porque una de las fracciones
del PRI se fue al PAN, pero el PRI ganó, a pesar de perder las
tres casillas del pueblo, ganamos gracias a los votos de los ranchos.
Don Jesús Hernández, también migrante, quedó
como presidente municipal y yo como secretario de la presidencia de
San Diego de Alejandría.
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