El Norte es como el mar*
La historia de Aurelio es sin duda excepcional. Entre los millones de mexicanos
que han intentado cruzar la frontera, que divide México y Estados
Unidos, solamente algunos nunca logran su objetivo. Dicen que si se persevera
alcanza, parece ser verdad para la mayoría, no en el caso de Aurelio
que intentó decenas de veces pasar al otro lado y, como dice, fue
rechazado igual como el mar devuelve siempre a la playa la basura.
Este ejemplo, al negativo, ilustra perfectamente aquella interpretación
conocida de que para los occidentales la migración es una especie
de rito de pasaje. Entre ir al Norte y la consagración de la virilidad
hay un paso. Fracasar en el intento es una vergüenza y no queda otra
salida que tratar de sacar la espina. Así fue, en dos ocasiones viajó al
Norte con la intención de trabajar, utilizó todos los métodos,
probó diversas vías de acceso, contrató diferentes coyotes
y, lo más que pudo lograr fue ver, a lo lejos, las luces de Los Angeles,
de aquella gran ciudad americana que hechiza, subyuga y explota, que ofrece
mil y una oportunidades pero también rechaza.
* Esta entrevista fue realizada por Enrique Martínez Curiel en Otavalo
Jalisco, durante el mes de abril de 1992.
Yo por pura mala suerte no logré llegar a Los Angeles, por más
intentos que hice; quise seguir la costumbre de irme a trabajar un tiempo
al Norte, en busca de dólares, al igual que mi padre, mi hermano o
mis amigos del ingenio azucarero, que en un tiempo se fueron como braceros.
Desde chico empecé a trabajar en lo que podía, con tal de
ganar algo de dinero, 1.50; 2 ó 3 pesos diarios. Primero trabajé con
un huertero en la venta de jitomates, zanahorias y hortalizas. Como estaba
muy pequeño y era muy inquieto cambiaba rápidamente de trabajo;
después me dediqué a pastorear chivas. duré cerca de
un año, entraba a trabajar a las siete de la mañana y salía,
a las siete u ocho de la noche, todos los días. Enseguida me cambié a
un rancho, con un tal Alfonso Zepeda, donde ganaba quince pesos diarios;
tenía que trabajar desde muy chico pues mi padre era obrero y tenía
que mantener a todos mis hermanos, que éramos muchos.
Cuando terminé la primaria tuve la oportunidad de seguir estudiando
en el Colegio Militar, sin que les costara nada a mis papás, porque
mi hermano mayor era soldado y podía, en aquel entonces, ayudarme
a entrar, no lo hice; estuve a punto de darme de alta, pero lo que a mí me
interesaba era que hubiera qué comer en la casa, estuve a punto de
meterme de soldado, pero me devolví de la puerta del cuartel. Fue
así como decidí trabajar y no seguir estudiando, para ayudar
a mi papá a mantener la familia.
En 1967 entré a trabajar al ingenio, gracias a que mi papá era
obrero de ahí, porque solo los hijos de trabajadores tienen derecho
a trabajar en la fábrica; empecé a trabajar uno o dos días
por semana porque había mucha demanda de trabajadores, la fábrica
era muy pequeña para darle trabajo a todos los desempleados, además
era la única en el pueblo; el resto de la semana trabajaba como ayudante
de albañil o en lo que hubiera con tal de ganar un dinero.
Para el año siguiente, en 1968, ya había terminado la primaria
y el trabajo en el ingenio seguía escaso, yo quería trabajar
y no me importaba en qué; un día, platicando con mi cuñado
sobre la escasez de trabajo en el pueblo, me invitó a trabajar a la
ciudad de México; como allá vivía, quedó de conseguirme
un empleo, además no pagaría renta porque iba a vivir en su
casa. Desafortunadamente, solo trabajé un mes, en un molino haciendo
masa para tortilla, porque me afectó el clima; diario andaba con gripe
y dolor de cabeza, así fue como tuve que regresarme a Otavalo y entrar
de vuelta al ingenio.
Hasta 1969 comencé a trabajar formalmente como obrero eventual, pero
solo en tiempo de zafra, o sea de diciembre a mayo y, en el período
de reparación, que abarca de julio a noviembre, en el resto del año
salía a ver qué, donde hubiera, trabajando de ayudante de albañil
o en las tareas del campo, como sembrar, abonar o pizcar.
Así se pasaron mis años de juventud, en los que sólo
había la necesidad de trabajar; como no había posibilidades
de progresar me conseguí otro trabajo, así en la mañana
la hacía de obrero y, en la tarde ayudante de albañil o de
jornalero; de esta forma tenía el trabajo del ingenio como única
posibilidad de asegurarme algo en la vida, como no había estudiado,
haría como si este trabajo fuera mi oficio.
En 1975 me casé y, a partir de ahí, empecé una nueva
vida; en ese año no tenía trabajo seguro ni estable, eso se
dio dos años más tarde, cuando me dieron mi plaza de planta
temporal en el ingenio; pero ya casado comencé a tener la ilusión
de ir al Norte; aquí en el pueblo nunca me hizo falta el trabajo y
siempre tuve ganas, ya que siempre encontré donde, pero ya casado
y con obligaciones no me ajustaba el dinero, entonces fue que me aventé para
allá, a realizar mi ilusión, aquí nunca me faltaba trabajo,
me fui pensando que, ojalá, allá fuera igual, para poder salir
económicamente, tener algo, tener casa propia, esta era mi ilusión,
una casa propia para no andar rentando. Así fue como me formé una
ilusión que busqué convertir en realidad en Estados Unidos,
porque aquí no la podía realizar, por más duro que trabajara.
Ir al Norte era difícil, tenía que estar lejos de mi familia
y de mi pueblo por mucho tiempo, a lo mejor cuatro o cinco meses, cosa que
no había hecho desde el primer día de mi boda; aunque a mí se
me hacía más difícil cruzar la frontera, pues no tenía
idea de cómo era eso.
Para 1979 me fui al Norte con tres compañeros del ingenio, me fui
con ellos porque ya habían ido a Estados Unidos por lo menos una vez,
nos fuimos al finalizar la zafra.
Llegamos a Mexicali, ahí vivía un pariente mío, él
nos consiguió un coyote, además nos dio alojamiento durante
el tiempo que estuvimos allá. La primera vez que lo intentamos iban
unas quince personas, yo sólo conocía a cuatro; los demás
eran de diferentes partes: Michoacán, Zacatecas, Guanajuato, principalmente;
cuando cruzamos lo hicimos como a las 10:00 de la noche, para que no nos
viera la migra; me acuerdo que pasamos por un canal muy ancho, como de unos
20 metros de ancho, íbamos en cámaras de llanta de tractor,
cuando pasamos al otro lado nos fuimos caminando de uno por uno; de Mexicali
a Calexico hicimos, caminando seis horas, tardamos porque tuvimos que rodear
para escondernos de la migra, pero, desgraciadamente, como a las seis o siete
de la mañana ya estábamos en la cárcel de Calexico;
ahí nos tuvieron mientras nos tomaban los datos, que de donde veníamos
y cómo nos llamábamos, nos hicieron esperar unas dos o tres
horas, hasta que se llenó el camión que nos aventó a
México.
Ya de este lado nos fuimos otra vez con mi familiar para bañarnos,
comer y lavar la ropa; y otra vez esperar a que llegara la noche para intentarlo
de nuevo; porque si te agarran una vez hay que intentarlo de nuevo, hasta
que la haces. Para cruzar teníamos que hacerlo en la noche, porque
era más difícil que te vieran los de migración, los
planes eran llegar en la madrugada a Calexico y de ahí irnos a Los
Angeles, ahí me estarían esperando mis cuñados, yo llevaba
sus domicilios y teléfonos; incluso el coyote ya había hablado
con ellos para ver si respondían por mí.
En otra ocasión fuimos reportados por un ranchero gringo, ese día
el ranchero iba a preparar sus tierras para sembrar, cuando nosotros nos
hallábamos escondidos en un mantojo, esperando al coyote que nos iba
a llevar a Los Angeles, en eso el ranchero encendió su máquina,
al oír el ruido del motor, creyendo que era la camioneta en la que
nos iban a llevar, salimos del escondite y ¡que nos ve el ranchero!,
sin pensarsela nos reportó con la migra, nosotros cuando lo vimos
empezamos a correr tratando de escondernos; en esas andábamos cuando
echaron unos tiros al aire y ni modo, tuvimos que pararnos; nos detuvieron
a todos. Nos devolvieron pa'tras otra vez.
Pero yo seguí de aferrado, intentándolo una y otra vez, pues
tenía ganas de estar allá y quería recuperar lo que
había gastado. Como a los once intentos un amigo se desesperó y
prefirió regresarse para Otavalo.
Cada que nos aventaban pa'trás le caíamos con mi pariente,
sin ese paro que nos hizo no hubiéramos aguantado mucho, porque sino
hubiéramos tenido que pagar hotel, comida y mucha otras cosas más.
En otra ocasión íbamos caminando por el lado gringo cuando
de repente oímos el ruido de una avioneta y, en chinga corrimos a
escondernos, pero se nos durmió el gallo porque nos alcanzaron a ver,
se regresó el avión y por un altavoz nos dijeron que ya nos
habían visto, que ya no siguiéramos escondidos y que no hiciéramos
ningún intento de correr; cuando llegaron yo me levanté con
las patas entumidas y, hasta eso, un agente de la policía me levantó en
brazos, yo sí podía caminar pero solo renqueando, pero ellos
por atención o algo así lo hicieron.
En una ocasión en que estuvimos en la cárcel, me encontré con
una persona de un rancho que queda cerca de Otavalo, cuando le preguntaron
sus datos, él dio un nombre falso, haciéndose pasar por Antonio
Solano, pero después cuando nos empezaron a nombrar para sacarnos
de la cárcel y regresarnos, llamaron al señor Antonio Solano,
pero a la persona que se hizo llamar así se le olvidó y, cuando
se dio cuenta, el policía ya le había dado un chingadazo por
mentiroso se puede decir, pero el inmigrante se puso medio rejego, entonces
le dieron otro más. Yo, cada que caía en el tambo, cuando me
pedían mis datos mostraba mi cartilla del Servicio Militar, los policías
se portaban con respeto hacia mi, me imagino que era por mi honradez.
En otro de mis intentos, iba con nosotros una persona que caminaba muy despacio
porque lo acababan de operar, eso hacía que nos fuéramos deteniendo,
para esperarlo y que no se perdiera de vista, cuando acabábamos de
cruzar la carretera, el señor recién operado se cayó y
gritó de dolor, lo malo fue que en ese ratito iba pasando una patrulla
de migración y se paró, nosotros ya habíamos visto que
venía a cierta distancia dando vuelta, pero todavía no se alumbraba
la carretera con sus faros, por la parte donde íbamos, cuando de pronto
este cabrón se cae y empezaron a oír, de allí nos levantaron
y pa'tras otra vez.
Cuando ya tenía como 15 intentos me di cuenta que nomás traía
para el puro boleto de regreso a Guadalajara, entonces me dije:
- De aquí a uno o dos años vengo otra vez.
Ahí fue cuando pensé regresar al pueblo, pues mientras comíamos
con mi pariente y ayudábamos con lo que podíamos, yo pensaba
en mi gente y en lo cabrón que estaba para pasar, lo que me preocupaba
era que sí esto seguía igual, qué provecho iba a sacar,
además de la droga que había dejado allá.
Si hubiera tenido mas dinero si me quedo, pues nunca me desesperé y
siempre tuve ganas de estar allá, pero, además de todo esto,
había algo que sí me preocupaba más que regresar a mi
casa, era que había dejado ilusionada a mi vieja, de tanto que le
hablaba del Norte, de que sí me iba bien podríamos hacer la
casa con la que tanto habíamos soñado.
Regresarme y no haber podido trabajar en Estados Unidos y, mucho menos,
haber cruzado la frontera, eso para mí era un fracaso, me daba peña
y vergüenza; para no sentir tan feo llegué al pueblo a las 5
de la mañana, tirándole a no llegar en pleno día, para
que no me viera la gente, porque tenía vergüenza; sabía
que si me veían llegar tan pronto empezarían a darme carrilla
y, de seguro, me tratarían como un tonto, lo bueno fue que mi esposa
nunca me echó en cara que no hubiera pasado, ni nada de eso.
Cuando llegué al pueblo me dijeron que el último que se quedó de
los cuatro que nos fuimos se había pasado al día siguiente
de que me vine, sería sugestión o no se qué, pero decían
que era pura mala suerte que llevábamos los que nos venimos. Ya estando
en el pueblo no encontré otra salida, volví a trabajar de nuevo
como ayudante de albañil o jornalero.
Desde el 79, año que regresé, no solo tenía la esperanza
de regresar y volver a intentarlo de nuevo, sino que también me quedó la
espinita, me la tenía que sacar, la única manera era cruzar
la frontera para irme a trabajar al Norte. Por eso, en 1981, me fui de nueva
cuenta a la frontera, pero ahora iba con dos amigos: uno del barrio, de la
otra banda, la 16 y, el otro, del rancho Los Toros; nos fuimos como la vez
pasada, cuando se terminó la zafra.
Esta vez llegamos primero a Tecate, de ahí nos aventamos para Los
Angeles California, llegamos con Angel Espinosa, amigo de Alberto Calderon,
el del rancho Los Toros, el nos dio chance de quedarnos en su casa y hasta
nos consiguió coyote, pero con la condición de pagarle hospedaje,
comida y todos los gastos que se hicieran durante el tiempo que estuviéramos
ahí, pagaríamos cuando fuéramos de regreso a México.
A principios de junio, un viernes, nos fuimos a Chula Vista, pasamos tres
días escondidos en una casa abandonada, casi ni comimos en ese tiempo;
al tercer día, era domingo, por la noche, serían como las ocho
y media, nos salimos del escondite, pero tuvimos que esperar mucho tiempo
por falta de chofer, no había quien nos llevara a Los Angeles, además
de que teníamos que esperar a que hubiera paso libre, a que se quitara
la revisión en San Clemente; así fue como pasamos en el carro,
ya éramos cuatro, porque se nos había unido un señor
de Michoacán, para acomodarnos en el carro tuvimos que irnos adelante,
porque ya iban dos en la cajuela; yo, por ser el más alto me tuve
que ir en la parte de atrás del asiento, Alberto Calderon se puso
atrás también, pero en línea con el chofer, yo en línea
con el coyote para simular que iban nada más dos personas en el auto;
después de haber caminado algunos kilómetros el chofer agarró confianza,
entonces nos dijo:
- Ya pueden moverse, ya pueden relajarse, porque aquellas luces que ven
allá son Los Angeles, ya pasamos la garita y todo.
Pero de repente, el carro que iba adelante se frenó, nosotros también
tuvimos que hacer lo mismo; nomás que no nos dimos cuenta de que la
policía estaba cerca y nos vio, caminamos como unos cuatro kilómetros
más, la patrulla seguía detrás de nosotros, de repente
prendieron la luz para que nos paráramos, nos paramos y la policía
se llevó al chofer y pidió una grúa para llevarse el
carro, antes de eso sacaron a los dos cuates que iban en la cajuela, nos
llevaron a todos al Centro, California, salimos hasta las siete de la mañana,
nos regresaron de nuevo a Mexicali. ¿Qué podía hacer
si no volver a intentarlo?. Nos fuimos de nuevo a Tecate, llegamos con el
mismo coyote; ya era mi segundo intento, pero ahora lo haríamos por
Tijuana, por uno de los lugares más conocidos por toda la raza que
cruza al otro lado; es un camellón que le nombran tierra de nadie,
ahí hay un montón de mojados, ni la policía mexicana
se mete para allá ni la americana, es como la faldita de un cerro;
por allí se va mucha gente.
Todos los coyotes tienen sus mañas, con el que íbamos fue
la de dejar que los demás se fueran primero, cuando vio que la migra
estaba entretenida con los demás nos lanzamos, lo malo fue que pasamos
por una caseta de policía que estaba cerrada, pero, ¡que mala
suerte!, había unos perros que no dejaron de ladrar desde que nos
vieron, aunque corrimos más rápido, lo bueno, estaban amarrados,
lo malo, despertaron al policía, el fue el que soltó a uno
de los perros para que lo llevará hasta donde estábamos escondidos,
pero eso no fue todo, ¡hasta un helicóptero andaba sobres de
nosotros!, nos dieron las cinco, las seis, las siete de la mañana
y ellos aferrados, se paseaban en caballos y motocicletas por nosotros; a
mí eso no me quitó las ganas de irme pa'l otro lado, estuvimos
boca abajo hasta las diez de la mañana; hasta que llegó el
del perro y nos dijo:
- Ya desentúmanse y salgan.
Otra vez me mandaron para afuera. Ahora nos sacaron por Tijuana, de ahí nos
devolvimos de nuevo a Tecate para intentarlo de nuevo; ahora en un trailer
cargado de pacas de alfalfa, nos metieron hasta el fondo de la caja.
Pero la mala suerte todavía no me dejaba, otra vez me agarraron.
Mientras el camión cargaba gasolina la patrulla llegó a revisar
y nos sacó de adentro de las pacas, esta vez no nos reportaron a la
migración porque el policía nos echó pa' fuera, me imagino
que fue así porque las cárceles estaban saturadas.
Cansado y fracasado me regresé; cuando pensé por qué no
pude pasar, me imaginé como el mar que no recibe basura, dije, Estados
Unidos no es para mí. Esta vez me fui procurando llegar en la noche,
para que la gente del pueblo no me viera y después pensara que no
la había hecho en el Norte.
En ese mismo año, 1981, para poder resolver todos los problemas económicos
que tenía busqué un trabajo extra al del ingenio; me metí de
ayudante con un maestro de fontanería, él me enseñó su
oficio; trabajé un tiempo con él hasta que aprendí y
me hice de algunos clientes; fue cuando comencé a trabajar solo como
fontanero; así logré salirle más o menos con mis dos
trabajos.
Como fontanero trabajaba todo el año, eso me permitió tener
un salario extra en tiempos de zafra, con eso compré un lote, también
pusimos un puesto de cenaduría, lo pusimos por 40 días, en
el tiempo de las fiestas de La Virgen de Guadalupe.
Pero aunque ya tenía trabajo seguro, me dieron otra vez ganas de
ir a Estados Unidos, pero, acordándome de todos mis fracasos y los
clientes que tenía, pensaba, me voy a ir un mes o 15 días y
cuando venga ya no van a ser los mismos.
En l987 me fui a trabajar a Sinaloa con un compadre que vivía allá,
pero, por no pedir información de cuál era el trabajo que iba
a hacer, llegué a aquel lugar y me encontré con la novedad
de que consistía en pescar camarón, pero, para mi mala suerte
llegué en tiempo de veda; no me lo tomé muy a pecho, sino a
la ligera, además de que no gasté ni un peso en el viaje.
En 1988 por fin conseguí mi planta permanente en el ingenio y, en
este mismo año, uno de mis cuñados que radicaba en Los Angeles,
mandó pedir mis datos para arreglarme papeles chuecos, esas tan famosas
y mencionadas cartas, para que pudiera entrar a trabajar a Estados Unidos;
le contesté que no tenía ni para comer, ni para el coyote y
que no tenía nada de dinero, que sí quería que fuera
me mandara dinero; dije eso con la intención de que ya no me insistiera,
esa fue la manera de decir que no quería ir, lo bueno fue que ya no
contestó; además ya no me quería ir porque no tenía
experiencia, nunca había trabajado allá y mejor decidí no
intentarlo de nuevo.
No me apuró tanto no haber podido ir al Norte, conseguí crédito
del INFONAVIT para comprarme mi casa; nos fuimos a vivir a una colonia nueva,
donde la mayoría son del ingenio. El problema fue que por el crédito
tuve que pagar el 20 por ciento de mi salario y, de nuevo vuelta a empezar,
volvimos a estar en la misma situación de antes, solo había
para mal comer, la ventaja es que la casa algún día va a ser
de nosotros. Por lo menos ya cumplí con uno de mis deseos. Económicamente
estamos mal pero, ya con mi casa me siento más seguro, como ya cumplí con
esta meta ahora tengo otra mas importante: la educación de mis hijos,
quiero que estudien la universidad, para que no le batallen como yo y tengan
que ir a buscar trabajo al Norte. Ir yo otra vez al Norte, ¡nunca!.
Pienso que van las personas que no se pueden mantener o las que no se quieren
sacrificar, porque lo que sufre uno aquí, allá se sufre peor;
y si la gente que trabaja allá regresa a gastar su dinero a México
es porque rinde más el dinero aquí, aunque es lo mismo a lo
que aquí se gana de utilidades, vacaciones y aguinaldo en todo un
año, por eso pienso que el Norte no es negocio.
Prefiero pensar que nunca fui a Estados Unidos y, cuando escucho hablar
de aquel país, muy pronto me acuerdo del mar; he ido al mar, pero
nunca me han dado ganas de bañarme, ni de comer ahí siquiera,
por eso pienso cuando uno va de ilegal, pues va de cola o basura, yo me imaginé como
el mar que toda la basura la arroja afuera, dije, a lo mejor aquí también
estoy en el mar y entonces me esta arrojando pa'fuera cada rato. Lo que sí es
cierto es que antes de ir al Norte, el mar se me hacía muy bonito,
aunque nunca me he bañado, ahora ¡ni ganas me dan de pisar la
arena!. Todas las frustraciones y fracasos me hicieron arraigarme más
en mi tierra, me hicieron reflexionar que aquí nunca me ha faltado
el trabajo y, que no soy el único al que no le alcanza para comer
ni para vestir, entonces que ando haciendo por allá, tal vez si así como
me olvidé de ir al Norte, en alguna de las ocasiones en que fui me
hubiera ido bien, me hubiera olvidado también de la vez en que me
fue mal; me imagino que si lo hubiera intentado más veces y lo hubiera
logrado, posiblemente ahora estaría nacionalizado y, así podría
darle estudio a mis hijos, porque esa es una gran preocupación para
mi.
Pero parece que la dificultad para cruzar la frontera ya es de familia,
como que lo heredé, porque mi hermano, mayor que yo, duró año
y medio queriendo cruzar la línea, sin tener para comer ni para pasar
al otro lado, ni para venirse, vivía de arrimado en Tijuana; trabajaba
haciendo dulces de calabaza para poder sacar su feriecita, pero no se podía
regresar ni podía juntar dinero para pasar; ahora trabaja en Alaska,
dura 6 meses y, cuando se acaba el trabajo vive en Fresno, California; por
cierto, él nunca estuvo de acuerdo en que yo me fuera para allá,
por eso nunca me ayudó para nada.
Como ahorita mi único problema es el estudio de mis hijos, vendí mi
terreno para ayudarme con el pago de la escuela, con el tiempo, según
observe el interés de ellos por seguir estudiando, ya buscaré la
forma de salirle al toro, lo principal es que no les falte con que seguirle,
mientras yo pueda trataré de que así sea.
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